Mi chica Neroli: cuando una gata abandonada volvió a confiar gracias a una flor

Hay historias que no se olvidan. Historias que se quedan en la piel, como un olor suave y persistente. Esta es una de ellas. La historia de una gata carey, tan pequeña como desconfiada, que llegó a mi casa cargando con más abandonos de los que caben en sus nueve meses de vida. La bauticé mi chica Neroli. Y no fue por casualidad.

Dos abandonos en nueve meses

Nació en Santiago de Compostela, junto a sus hermanos. Una camada más fruto de la irresponsabilidad: personas que no esterilizan, no vigilan y luego “resuelven” dejando a los cachorros tirados a su suerte. Por suerte, fue rescatada a tiempo, en muy mal estado, pero consiguió salir adelante.

Cuando se recuperó, la pusieron en adopción. Y una familia de Murcia se enamoró de su foto. En un transporte solidario cruzó media España para empezar una nueva vida. Pero no duró.

La gata que ya vivía en esa casa no la aceptó, y la familia… tampoco. Les parecía fea —algo tristemente habitual con las gatas carey— y acabaron abandonándola de nuevo, lejos de su casa.

Por suerte, la protectora hizo seguimiento. Como dejaron de contestar, se activó la red, y con ayuda de otras asociaciones de Murcia lograron localizar a la gata.

Volvió a Galicia. Y acabó en mi casa. Como casa de acogida.

Una gata herida, emocionalmente

Cuando llegó, no quería comer, no quería contacto, no quería jardines aromáticos, no quería nada. Una mirada triste, huidiza. Se limitaba a sobrevivir. Me observaba desde lejos, a veces escondida. Ni siquiera las flores más suaves lograban despertarle el mínimo interés.

Sabía que forzarla no ayudaría. Así que esperé.

El día del click: una sesión con Neroli

Una tarde tranquila, decidí ofrecerle una sesión completa de zoofarmacognosis. Con todas las precauciones que requiere trabajar con gatos (y unas cuantas más).

  • Nada de contacto forzado.
  • Puertas abiertas.
  • Espacio para alejarse.
  • Observación respetuosa desde la distancia.

Fui presentando hidrolatos uno a uno. Sin prisa. Hasta que saqué el hidrolato de neroli —ese rayo de sol embotellado, como lo llama una buena amiga.

Fue entonces cuando pasó.

Ella se levantó, caminó lentamente hacia mí, y se subió a mi colo —como decimos en Galicia—. Yo estaba sentada en el suelo. Nos quedamos así, en silencio, más de veinte minutos. Sin miedo. Sin presión. Sin necesidad de palabras. Solo confianza.

A partir de ese día…

La gata empezó a abrirse. Salía de la habitación. Se acercaba a las personas. Interactuaba con las perras. Comía mejor. Se dejaba acariciar. Cambió. O mejor dicho: pudo por fin SER, porque alguien le dio el espacio y el tiempo que necesitaba.

Poco después, encontró su hogar definitivo. Una casa donde la adoran, donde la tratan como lo que es: una reina. Seguimos recibiendo noticias de ella, y cada vez que la veo en fotos, reconozco esa mirada nueva que floreció el día que encontró el neroli.

💛 ¿Por qué cuento esto?

Porque hay animales que han vivido cosas que no podemos imaginar. Y muchas veces solo necesitan eso: que les preguntemos con el cuerpo, con el entorno, con las flores…

”¿Qué necesitas?”

Y que escuchemos con paciencia.

Mi chica Neroli me enseñó que incluso los corazones más rotos pueden volver a confiar. Solo hace falta una oportunidad. Y a veces, una flor.


¿Qué es la zoofarmacognosis?

Si esta es la primera vez que oyes hablar de esto, te recomiendo empezar aquí:

👉 ¿Qué es la zoofarmacognosis aplicada?

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